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POPULISMO Y NEOPOPULISMO

Por Cristina de la Torre



Reveladora la polémica que sobre el populismo desarrollan en este diario los columnistas Eduardo Posada y César Rodríguez. Sucede, sin embargo, que en Colombia se habla a veces de populismo como si se tratara de un fenómeno exótico propio de sociedades premodernas, ajeno a los refinamientos intelectuales de nuestra clase dirigente. Y no es de extrañar, pues mientras en muchos países de América Latina prevaleció el populismo en sus más variadas formas, en Colombia se impuso el clientelismo. Hasta cuando Alvaro Uribe entronizó el modelo populista en nuestro país, tras los amagos episódicos de Gaitán y Rojas Pinilla.

Pero el del presidente Uribe es un populismo de nuevo cuño, introducido por Menem en la Argentina y Fujimori en el Perú. Este neopopulismo recupera las viejas formas políticas del populismo clásico y las integra al paradigma económico neoliberal. Uno es el populismo clásico –nacionalista, industrializante, redistributivo- y, otro, el neopopulismo que funge como discípulo aconductado del FMI, que desmonta el embrión de industria alcanzado en el subcontinente y extrema los abismos entre ricos y pobres.

El primero propicia integración social y política de las masas; y procura responder a sus necesidades más apremiantes, a menudo, es verdad, sin mucho tino en el manejo de las variables gruesas de la economía. El neopopulismo, en cambio, cabalga sobre la dinámica del mercado sin control, que desmonta la función social del Estado y desarticula a la sociedad, pues quiere disolver sus formas organizadas, sean ellas movimientos populares o de gremios, sindicatos y, lo más grave, los partidos políticos.

Pero en lo político el modelo sigue incólume: lo mismo Perón que Menem, Fujimori, Chávez o Uribe, todos ellos desconocen mientras pueden las instituciones de la moderna democracia liberal y los lazos que comunican a la sociedad con el Estado. Herederos de un caudillismo ancestral, querrían gobernar sin interferencias de la justicia o del congreso, sin partidos que se interpongan entre el jefe único y la masa ignara, anhelante de un Mesías.

Un elemento distingue, sin embargo, al populismo más reciente de su referente político originario: el neopopulismo ha querido convertir a los medios de información en instrumento privilegiado del poder personal del gobernante, para tratar de demostrar lo indemostrable. Por ejemplo, que los favores prestados a la gran empresa; o la conversión de la salud pública en negocio de unos pocos; o el silencio frente a aliados del poder acusados de crímenes atroces, son factores que concurren a la conquista de una Patria para todos.

Hay, pues, populismos de populismos. El de Perón empujó la modernización de la Argentina, mientras en política saltaba del autoritarismo a la democracia, aunque siempre arrebatando multitudes en la plaza pública. El de Fujimori, paseó al presidente por todos los rincones de su país, para ponerlo en contacto directo con el pueblo en consejos comunitarios que les cerraban las puertas a los partidos, pero nada redistribuyó. No era su modelo económico el de la industrialización sino el de la desindustrialización que los Consensos de Washinton aconsejaban.

Alvaro Uribe copió el neopopulismo de Fujimori. Con el ítem de que no cerró el congreso, como sí lo hizo el “chinito”. Pese a sus promesas de campaña, Uribe debió echar mano de la negociación palaciega con los políticos, para combinar clientelismo y populismo, en fórmula feliz que le aseguró la reelección.

Si el autoritarismo chabacán de un Chávez ofende el honor de nuestra clase dirigente, no será porque él quiera perpetuarse en el poder como personero de un partido único, sino porque el vecino desmontó, a tronchas y mochas, el modelo neoliberal. El hecho es que en los círculos del poder en nuestro país se empieza a proponer abiertamente una tercera reelección del presidente Uribe y, por qué no, la reelección indefinida. Como si la reelección de Chávez no pudiera ser sino autoritaria y populista, y la de Uribe, democrática y postmoderna.

Algo va del populismo de Uribe, refrendario y neoliberal, al populismo de Chávez, refrendario y torpemente redistributivo.

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