¿CIENCIA A LA DERIVA?
Cristina de la Torre
Aplauso cerrado para los parlamentarios Jaime Cuartas y Marta Lucía Ramírez y para el Director de Colciencias, Francisco Miranda, gestores de la ley de Ciencia, Tecnología e Innovación que acaba de aprobarse. Solitaria flor en este desierto de gobiernos que conspiraron siempre contra la cultura, la norma dispone saltar del 0.18 al 1% del PIB para inversión en investigación científica. Monto igual al de Chile para ese rubro. En sentir de sus promotores, ella encaminará la industria nacional hacia un modelo de desarrollo productivo que multiplique el valor de nuestros bienes y servicios; aplicada a la producción de banano, café, carbón o petróleo, la investigación científica elevará el valor de esos productos y creará empleo; en un país con la megadiversidad del nuestro, la biotecnología y la genética despejarán vastísimos horizontes. En suma, la nueva ley nos redimirá del subdesarrollo y potenciará la capacidad de la economía colombiana para competir en el exterior.
Tanto entusiasmo, comprensible por la dimensión del logro alcanzado, puede, sin embargo, rebasar las posibilidades de la realidad. Y derivar en homenaje a la confianza inveterada de los colombianos en la magia de la ley. Acaso no pueda ella arrastrar por sí sola el desarrollo, cuando se carece de planes de largo aliento y de una clase dirigente capaz de jugársela, con sentido de patria, por un modelo de desarrollo que nos ofrezca futuro y dignidad.
Se dirá que al darle a Colciencias rango de Departamento Administrativo ésta tendrá asiento en el Consejo de Ministros y en el Conpes, escenarios llamados a definir las políticas y a situar la inversión. Pero el primero se ha convertido en un órgano asustadizo que se deja irrespetar por la prepotencia del Presidente. Y el Conpes, sin visión estratégica desde cuando se renunció en el país a trazar planes de desarrollo, no sintoniza la acción corriente del Estado con una perspectiva de progreso y equidad. Se limita a menear partidas, en la creencia de que plan de desarrollo es lo mismo que plan presupuestal. En este escenario, Colciencias podrá verse huérfana y sujeta a los vaivenes del inmediatismo, pues tampoco se habrá inscrito el impulso a la ciencia en un modelo de conjunto que tenga a la industrialización por matriz del desarrollo. Pero Miranda confía en que el esfuerzo combinado de empresarios, regiones, universidades y centros de investigación creará la infraestructura suficiente para invertir los nuevos recursos. Ojalá. Aunque el derrumbe del modelo que privilegia la espontánea iniciativa de células sueltas de la sociedad aconseja restituirle al Estado su potestad de pensar y dirigir el desarrollo, de modo que la inventiva individual encuentre cauce, apoyo y control.
Si en China, Corea, India y Brasil ciencia y tecnología obraron como motor del desarrollo, fue porque estos países educaron a su gente y negociaron tecnología extranjera en función de un modelo de desarrollo empotrado en la industrialización. Como en el Occidente desarrollado, el Estado protegió a la industria naciente. Pero aquí la aperó con la tecnología más avanzada, negociada tornillo a tornillo con las grandes multinacionales, y cuando fue preciso la adaptó a lo propio. Cuando la industria pudo competir por fuera, el Estado la libró a su suerte. Sola y dispersa, sin una perspectiva abarcadora que le trazara ruta y destino, lánguido hubiera sido el aporte de la ciencia. Así en Colombia, si no se vuelve al desarrollo, la ciencia puede quedar a la deriva.