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POLO: EL CHANTAJE DE LA UNIDAD

Por Cristina de la Torre


Se ve venir. Una amalgama de conservadurismos se dispone a aplastar en el Polo a la corriente de izquierda democrática que encabezan Lucho, Petro, Maria Emma. Contra ella militan, redivivos, la roca prehistórica del estalinismo; los comandos anapistas del General Rojas Pinilla; el clientelismo que vuelve a instalarse en la Alcaldía de Bogotá, y los escurridizos nostálgicos de la lucha armada. Cofradía de obispos sin grey, estos prohombres del Polo tornan a las capillas de donde nunca terminaron de salir para mostrarse los dientes, cada uno queriendo presidir la misa mayor, mientras la ultraderecha aprieta su marcha hacia un régimen autoritario.

Entre dos dilemas se debate este partido que tanta esperanza abrió y hoy parece naufragar en la ineptitud de su ortodoxia. El primer reto, porfiar como oposición perpetua sin arriesgar un gramo de imaginación política; o bien, batallar por hacerse con el gobierno para entronizar desde allí una democracia social y política. Evento en el cual tendría que abrirse a alianzas de largo aliento, como lo ha hecho la izquierda en Chile o en Brasil, con quienes comparten aquel objetivo supremo aunque piensen distinto. Estima Gustavo Petro que este sería, por añadidura, el único camino hacia la paz.

Y aquí viene el segundo desafío: plegarse a la despótica hegemonía de dos guerreros sin escrúpulos que se retroalimentan, Uribe y las FARC, y pretenden monopolizar el escenario entero indefinidamente. O, en su lugar, devolverles a las Fuerzas Armadas el monopolio de las armas, como en toda democracia que se respete, depurándolas del crimen y la corrupción. Corolario de esta vuelta al Estado de derecho será desconocer de plano todo otro ejército, llámese guerrilla o paramilitares. La paz no se alcanza convirtiendo al Polo en vagón de cola de una eventual negociación entre Uribe y las FARC, sino en mentor de reformas de fondo con el concurso de toda la sociedad. Antes que con la subversión, la paz se hace con la ciudadanía –escribe el dirigente Daniel García-Peña- mediante acuerdo sobre reformas democráticas de fuerzas coligadas que ganen el gobierno en elecciones.

Petro le propone a su partido convertirse en verdadera alternativa frente al proyecto uribista y al de la insurgencia armada. Peligrosa opción de tercería que amenaza el modelo de polarización armada, tan funcional a Uribe como al las FARC. Es que la ruidosa derrota política de esta guerrilla no le ha impedido seguir buscando simpatías en el Polo. Y éste no supera todavía la que muchos consideran causa medular de sus conflictos internos. Y de su ruina, si no deslinda campos en forma radical, inequívoca, con la insurgencia más odiada y con sus métodos.

No será tarea fácil. Síntoma elocuente, la reacción de miembros de las juventudes del Polo que, reunidos en Ibagué, trataron de “gomelos” a seguidores de Petro que discrepaban de su defensa del secuestro como arma política y de la guerra “justa” que las FARC libraban. Les gritaron que merecían “ser fusilados”. Tome nota el señor “Cano” de las palabras del nobel de literatura, José Saramago: “Nadie que se considere humano aprueba el secuestro de personas para alcanzar objetivos políticos… ¿Qué diferencia hay entre los secuestros de Guantánamo, las torturas de las cárceles secretas y lo que (las FARC) hacen?”

Definiciones dramáticas le esperan al Polo. Acaso no pueda cohonestarse por más tiempo aquella ambigüedad, sacrificando el ascenso de una izquierda moderna y democrática, chantajeada como está por un principio de unidad imposible.

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