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SIETE AÑOS EN OLOR DE OPINION

Por Cristina de la Torre


A su séptimo aniversario de gobierno, el “Estado de opinión” del Presidente Uribe da lecciones a cuanto aprendiz de dictador aparece en la región, llámese Correa o Chávez o Zelaya. So pretexto de representar al pueblo, el novel paradigma invierte el sentido de la democracia. Al amparo de la libertad de pensamiento, las revoluciones liberales habían consagrado la opinión pública como expresión del sentir plural de la sociedad y medio de control sobre el gobernante. Pero ahora, ella funge como instrumento del Príncipe para convertir al pueblo en rebaño, y en “voluntad general”, el personalísimo interés del primero. La propaganda, siempre astuta, no pierde oportunidad para exhibir al caudillo; para presentar como blanco lo que es negro, y negro lo que es blanco; para trivializar lo importante y magnificar lo baladí, para tender velos sobre las “vergüenzas” cuando cae la hoja de parra. Otra condición le presta toda su eficacia al “Estado de opinión”: no se discute. No se discute la voluntad absoluta del caudillo ni la “voluntad” absoluta de la mayoría. Entronque del autoritarismo, que principia por romper dos vértebras de la democracia: la crítica y el debate público sobre las cosas que a todos atañen.

Los últimos acontecimientos dibujan bien el contorno de esta democracia de papel, donde la propaganda lo es todo. Si la orden de captura expedida por un juez del Ecuador contra el ex ministro Santos le sirve a Correa para exacerbar un nacionalismo pródigo en votos, a Uribe le viene de perlas desempolvar un video incautado hace dos meses, que destaparía intimidades ominosas del mandatario vecino con las FARC. Documento providencial para el nuestro, hábil soplador de nubes, cuando su canciller se ve en calzas prietas para explicar un convenio concedido en la sombra que podría comprometer la soberanía del país y autorizaría a una potencia extranjera a desplegar desde nuestro territorio maniobras militares autónomas de alcance continental. Bermúdez le resta trascendencia a esta decisión trascendental. Mas otras declaraciones sugieren implicaciones que desbordan la presentación del convenio como simple prolongación del Plan Colombia. A Uribito se le escapa que este acuerdo “nos va a ayudar a preservar el equilibrio de fuerzas en un vecindario que no es del todo amistoso con los colombianos”. El General ® Velasco argumenta en CMI que las bases obrarán como factor de disuasión para los enemigos de Colombia. Y al Comando Sur de EE.UU. le interesa Palanquero porque desde allá podrá cubrir medio continente con aviones C17. Tamaña audacia, cocinada con sigilo, se ha brincado a la opinión pública, al Congreso, a las Cortes. Cero participación, cero debate. Decisión excluyente y secreta. Pillados sus autores in fraganti, tal vez su impacto no podía amortiguarse sino con una bomba mayor: la imagen de Jojoy, montada o no, revelando que las FARC donaron 100 mil dólares a la campaña de Correa.

Pero éste es apenas el último episodio en siete años de “Estado de opinión”, en cabeza de un mandatario en campaña perpetua por el poder. El penúltimo episodio, la invitación del Presidente a Piedad Córdoba dizque para recibir secuestrados, en el momento mismo en que saldrían a danzar otros 34 Yidis, parlamentarios agraciados con notarías a cambio de su voto por la reelección. Entre humo, pompas de jabón y golpes de opinión, discurre este “Estado de opinión” que entroniza, sin embargo, el delito de opinión. Chávez y Correa cierran cadenas de televisión. Uribe considera traidor a la Patria a quien disiente de su Graciosa Majestad.

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