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NOSTALGIAS DE LA INQUISICIÓN

Por Cristina de la Torre



Ni se le acusa de bruja, como en la Edad Media, ni se le incinera en una pira. Los modernos Torquemadas prefieren lapidar a la mujer por los atajos y pueden hasta contemplar su muerte invocando la ley divina. Dígalo, si no, Maribel Paniagua, a quien médicos de Medellín le negaron el aborto de un bebé ya desahuciado desde el vientre. En vez de respetar su derecho, le dieron cátedra de religión y la tildaron de asesina. En una estridente cruzada de atavismos contra la ley que autoriza el aborto en tres circunstancias, el Procurador cambia el estandarte de la ley civil que él encarna por el de la espada y la cruz. El pretexto, una disposición de la Corte Constitucional que obliga a instruir en los colegios sobre derechos sexuales y reproductivos, y prohibe el uso colectivo de la objeción de conciencia para boicotear el aborto legal. Jueces, hospitales y entidades de salud tendrán que acatar la ley, con independencia de sus creencias religiosas o morales. Tampoco podrán sujetar los contratos laborales de sus facultativos al compromiso de no practicar abortos.

La reacción no se hizo esperar. Frente a este plan de enseñanza, el Secretario de la Conferencia Episcopal declaró que los educadores católicos no enseñarían “eso”. El Cardenal Rubiano habló de crimen legalizado. El Procurador Ordóñez pedirá nulidad de la sentencia de la Corte. La senadora cristiana Claudia Rodríguez tramita proyectos de ley para volver a penalizar el aborto y para proteger la objeción de conciencia. Y José Galat convoca a un movimiento de resistencia civil para conjurar el “execrable crimen” que atenta contra la ley natural y la voluntad divina.

El Procurador no improvisa. Ha plasmado en su Ideología de Género (Ediciones Doctrina y Ley, 2007) ideas que explican la intrepidez de su verbo y de su acción. Si, en abierta insubordinación contra la norma, estipula en Directiva 030 de este año que el aborto no es un derecho y ordena proteger el derecho a la vida del feto, ya en su libro denunciaba la marcha de una revolución cultural dirigida contra los valores de la familia cristiana. Contra su carácter heterosexual, monogámico e indisoluble, mediante el divorcio, los contraceptivos y el aborto. Inspiración de esta cruzada sería la que él llama ideología de género. Sus primeras manifestaciones se remontarían al proyecto de ley sobre igualdad de géneros, donde homosexualismo, autoerotismo, amor libre, bestialismo, zoofilia, sodomía y necrofilia podrían darse por normales. Esta cruzada, dice, descalifica los roles que la naturaleza dio al hombre y a la mujer: el primero en el trabajo, la otra, en tareas del hogar. También rompe lanzas contra el Plan Nacional de Educación Sexual, que buscaría la muerte del otro, pues promueve el aborto y el placer hedonista. Y contra el diagnóstico del Plan, en virtud del cual la familia patriarcal estaría en crisis, y habrían surgido nuevas formas de pareja y de familia. En suma, la perspectiva de género se propondría “desmaternizar” a la mujer, eliminar la patria potestad y promover el aborto. Disolver la religión, la familia, el sexo, el idioma, la educación, el derecho; la cultura occidental y cristiana, fundada en un orden natural creado por Dios.

Postulados respetables pero ya caducos. Ojalá los Ministros de Educación y Protección Social persistan en su valerosa defensa de la ley por encima de la fe, pues es mucho lo que está en juego. Educación sexual para elegir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir, son hoy divisa universal que en Colombia, sin embargo, el integrismo cristiano quiere convertir en anatema. Nostalgias de la Inquisición.

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