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CHINA: VIRAJE EN LA CRISIS

Por Cristina de la Torre



Saltamos de contento porque Obama promete un TLC que confía nuestras posibilidades de crecimiento a la exportación de productos primarios, cuando ya China y Brasil marcan para el mundo la pauta contraria: moderar la obsesión exportadora y robustecer, en su lugar, los mercados internos. Como si fuera poco, en evocación vergonzante de la CEPAL, Olivier Blanchard, vocero del Fondo Monetario Internacional, aboga por revisar el modelo exportador y poner el acento en la demanda interna. Es decir, si la solución a la crisis no puede volcarse por entero sobre las exportaciones porque los países ricos no compran ya el mismo volumen de productos extranjeros, se impondrán la sustitución de importaciones y la promoción del consumo interno. Y Sarkozy, el Reagan de Francia, pide en Davos intervención decidida del Estado como protagonista primero de la economía. El mundo al revés, rumiarán con amargura los pontífices del laissez faire que provocaron una crisis semejante a la de los años 30.

China revisa su tradición de competir en el mercado mundial con salarios de hambre. En sonoro viraje de esa trayectoria, al estímulo fiscal de la producción doméstica le ha sumado aumento de salarios para dar a sus propios consumidores capacidad de compra y volcar sobre ellos la producción nacional. Así, lidera una solución inteligente a la crisis global, conquista la segunda posición entre las economías del Orbe y reorienta su modelo de desarrollo con efectos de largo aliento. Ya nadie duda de que en 20 años China será la primera potencia del mundo.

Mayores ingresos entre empleados y trabajadores han prohijado la irrupción de una clase media solvente y abierta al consumo, anatema en la China adusta y gris que lo fuera en la infancia de la revolución. El país de Mao fue en 2009 el mayor demandante mundial de automóviles, lavadoras, computadores y hornos microondas. Mientras el Occidente burgués periclitaba en la crisis, la no menos capitalista economía china crecía al 10%, y su industria, al 19.2%. Obra del mercado interno, no del comercio exterior. Las ventas de bicicletas chinas se redujeron en Estados Unidos a la mitad, mientras se disparaban en su país de origen. Si el negocio no pinta ya redondo, es porque en el “reino de las bicicletas” hoy prevalece la demanda de automóviles. Pero el vuelco apenas comienza. Todavía el ingreso per cápita en la China es la décima parte del norteamericano.

Brasil es otro beneficiario de la crisis mundial. Menos solícita con Estados Unidos, esta “China de Suramérica” convirtió al continente amarillo en su primer socio comercial. También los cariocas elevaron salarios y redujeron el desempleo. Y, por supuesto, tornaron a la economía doméstica, aunque sin abandonar sus exportaciones tradicionales; su recuperación en la crisis coincide con una reanimación del consumo interno.

Ante el mea culpa del FMI, que ahora promueve más el mercado interno que las exportaciones, y más el consumo que el ahorro, Mauricio Cabrera se pregunta qué sentido tienen los TLC que los países desarrollados nos imponen dizque para cifrar nuestro crecimiento en exportaciones hacia ellos. Qué sentido tiene reducir salarios para competir afuera con la miseria de los trabajadores. Otras incógnitas nos asaltan: ¿Por qué añorar un TLC que, tras cederse el control militar del territorio, entrega nuestro mercado interno –sin contraprestación equivalente- a la voracidad de la potencia extranjera, y frustra el desarrollo potencial de nuestra industria? ¿Por qué cerrar los ojos frente a las tendencias que marcan una inflexión de fondo en la economía del mundo? ¿A qué porfiar en anacronismos que dan todas las ventajas al gigante y, a Colombia, la humillante condición de enana?

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