AQUELARRE EN EL CAPITOLIO
Por Cristina de la Torre
Insaciable. Desvergonzado. En premio a su confabulación con el paramilitarismo, al voluminoso fraude electoral del 14 de marzo, a su carrera de inmoralidades, este Congreso admirable se dispone a reajustarse pensiones por un monto que alcanzará el billón doscientos mil millones cada año. La cifra equivale a una reforma tributaria bien aplicada como terapia de reanimación a toda la red de hospitales públicos, o para pensionar a tres millones de ancianos abandonados al hambre en esta Colombia que es pasión. Con broche de oro cerrará esta legislatura, pues el reajuste será del 25% en las mesadas de los parlamentarios, cuando el del salario mínimo fue 3.6%. Todo, gracias a un proyecto tramitado como inciso menor, subrepticiamente, que beneficia también a 330 congresistas pensionados antes de 1992. Orangután peludo que presidió el aquelarre de un Congreso virtualmente ilegítimo: un tercio de los parlamentarios es camada de naderías, suplentes de bandidos tras las rejas, que ganaron curul con una votación irrisoria o fraudulenta.
Para La Silla Vacía, es doble el efecto de la iniciativa. Primero, beneficiar a barones de antaño es congraciarse con los padrinos políticos de quienes hoy medran en el Capitolio. Segundo, el mismo argumento jurídico que aquellos esgrimen les servirá a los nuevos parlamentarios para reclamar ahora reajuste de pensión, pues este año expira el régimen especial que los cobija. Y el tal régimen, insólito, privilegia con pensión de 18 millones al parlamentario que simplemente asuma como tal, aunque sus servicios a la patria no pasen del acto de posesionarse del cargo o de desempeñarlo unos días. De donde ha resultado el carrusel de las “palomitas”. Consiste en que el congresista elegido se compromete con segundos o terceros de su lista a delegarle ocasionalmente la curul, de modo que ellos puedan derivar también pensión de congresista, así su aporte a pensiones sea minúsculo. Pero, además, el privilegio se eterniza a veces cuando el parlamentario viudo o separado que se ve en las últimas desposa a las volandas a alguna joven parienta o amiga y ésta, viuda acongojada, hereda el beneficio por décadas enteras.
Según práctica extendida en los últimos años, el entonces senador Jorge Visbal presentó el proyecto justo antes de renunciar a su curul, investigado como se vio por parapolítica. Su ponente en la Cámara fue Carlos Arturo Piedrahita, cuyo padrino político y agraciado por la iniciativa es César Pérez. También lo sería José Guerra Tulena, padre de Antonio Guerra, otro de los autores del proyecto. Pero el Cid Campeador de esta epopeya es Aurelio Iragorri, yerno de Guillermo León Valencia, cuyo busto de granito volvió a llenar las páginas sociales de los periódicos cuando lo pusieron a apoyar, alma bendita, a Juan Manuel. Lo secunda el senador de Nariño Henríquez Maya.
Tiembla el Fondo de Pensiones del Congreso pues, inminente como parece la aprobación de la ley, tendría que desembolsar hasta la pega para los 280 congresistas que a la fecha han demandado. El parlamentario Varón Cotrino protagoniza, casi solo, la contraparte de esta avanzada vergonzosa de la angurria. También se mostró en contra el Ministro de Protección Social, acaso para matizar la negativa de su colega del Interior, Valencia Cosio, a combatir el adefesio. Falta ver si, al amparo de alguna emergencia moral, le niega su sanción el Presidente. O si más bien se allana a la voluntad del Congreso que será fortín de sus andanzas y proyectos a partir del 7 de agosto. Apoyos que Uribe cultivó con esmero, brindando desayunitos en Palacio, y puestos y contratos y gabelas y notarias a granel. Y, claro, asediando a la Corte que juzgaba a los parapolíticos del uribato, y beneficiarios por contera del proyecto de pensiones.