EL PROFETA LIGHT
Por Cristina de la Torre
Gane Mockus o gane Santos, Colombia no será ya la misma. Aunque sólo sea porque bajen las cotas de crímenes de Estado y robos al erario público. El nuevo mandatario habrá recibido como una orden de cambio la insubordinación de la opinión contra una corrupción que en este gobierno alcanzó dimensiones monumentales y se tiñó de sangre. Y habrá tomado nota de que, roto el dique del despotismo, florecieron fuerzas que venían represadas y fracturaron la hegemonía del uribismo. La talla de sus candidatos, en particular las de Petro, Vargas y Pardo comprometió la resistencia del monolito que se fraguó en el abuso del poder. Catarsis de libertad, alegoría de la Primavera de Praga, lo que se avecina es, sin embargo, poco. Si Santos, el Presidente no podría sino arañar la cáscara de la corrupción, pues la nuez seguiría viva en la clase política que le dio la victoria. Aunque insobornable en este territorio de la moral pública, Mockus no lograría mucho más. No es su proyecto reemplazar las políticas sociales y económicas, que dan lugar a la corrupción, sino mantenerlas. O maquillarlas. Falta ver si su recurso a la cultura puede batirse contra el pesado fardo de los Uribito y los Valencia Cossio, o recuperar los espacios que el narcotráfico ha ganado en el poder del Estado.
Por lo pronto, es de temer que Mockus se corone, no ya como Mesías populista sino como el Mesías posmoderno que estira nuestra democracia refrendaria hasta cuando mi Dios agache el dedo sobre mayorías alebrestadas contra la oposición. “Antipolítico” de la hora que acumula larga brega por el poder, mucho en Mockus parece responder a juego preconcebido para impresionar a la muchchada, más susceptible a símbolos e imágenes que a programas. Con un aire Light de intrascendencia y la fuerza emotiva de sus vacilaciones, aspira a capitalizar para sí la servidumbre voluntaria que la misma masa de facebook le había prodigado a Uribe. Masa tan amorfa como las montoneras electorales de los partidos de antaño. Cardumen irreflexivo que se presume voto calificado, sólo la anima la fe. Ayer vibró contra todo opositor que al Mesías se le antojó terrorista, hoy aplastará a quien discrepe de Mockus, por corrupto.
Al maestro que le antecede en el Solio de Bolívar se parece también por su repelencia agreste hacia la izquierda democrática. Omitiendo deliberadamente la dura batalla de Petro contra algún nostálgico de la lucha armada en su partido, buscando votos en la derecha, descalifica al líder que por fin representa una alternativa de cambio sin sangre, dizque por justificar la violencia. La equidad social no legitima la violencia, respondería Petro, sino que es el instrumento para superarla. A Mockus le parece, en cambio, que la inequidad se resuelve con instrumentos del uribismo como la Ley 100 que convirtió en negocio la salud y la ley laboral, responsable –entre otros factores- de nuestro altísimo desempleo, pobreza y desigualdad.
Pero no todo es simbiosis con Uribe. Si bien el principio que inspira en Mockus su reivindicación de la legalidad desconceptúa la arbitrariedad en el ejercicio del poder, su inflexibilidad frente a la ley bendice el estatus quo. Niega toda posibilidad de cambio, así sea por el solo camino de reformar leyes nocivas para la sociedad. Por otra parte, su obediencia ciega a la autoridad niega el derecho de oposición. Ni siquiera se aviene con el derecho que esgrimiera el propio Santo Tomás de rebelión contra el tirano. Más papista que el Papa, en este terreno resulta Mockus más conservador que el propio Uribe. Y eso, ya es mucho decir.
Triste destino será el de esta revolución de los girasoles si se contrae a reciclar el uribismo, así reduzca la corrupción. Ojalá no resulte ser Mockus otro egócrata místico empujado por el duro hierro de una idea fija.