¿DÓNDE ANDA LA PLATA?
Cristina de la Torre
Bajo tierra, en cajas fuertes a prueba de bombas, acorazadas de tecnología, la banca suiza brinda abrigo y secreto a miles de tarjetitas de papel que representan a otros tantos clientes cuyos nombres no coinciden con el número de su cuenta bancaria. Así se protegen el producto monumental del narcotráfico y capitales de tamaño parecido que huyen de sus países para evadir impuestos. Clientes del mundo entero confían sus haberes bajo cuerda a banqueros de la honorable Suiza: caballeros de dos metros y manos pulcras que, no obstante, acusaron manchas cuando se descifraron cuentas cifradas y nombres y el santo y seña de quince mil magnates norteamericanos. Fue hace dos años. Traicionando a UBS, Banco insignia de Suiza, el norteamericano Bradley Birkenfeld, ex funcionario de la entidad, destapa los secretos de éste, el rey de los paraísos fiscales. Michael Bronner registra en el Global Post los hilos de la trama que había burlado a todos los órganos de seguridad en Occidente: información sobre cuentas clandestinas de terroristas, dictadores, traficantes de armas y de drogas. Y de potentados que evaden impuestos y especulan a sus anchas, mimetizados en el torrente financiero que hace treinta años viaja sin control por el planeta.
El fraude fiscal al gobierno de Estados Unidos alcanzaba en 2007 unos 20 mil millones de dólares en cuentas no declaradas que al UBS le reportaban ganancias de 200 millones de dólares al año. El descubrimiento le abrió la primera tronera al secreto bancario en 150 años. Le dio a Obama argumentos para acometer la más audaz reforma financiera que su país conociera en un siglo. Desencadenó un terremoto político en la comunidad internacional: en momentos de hecatombe financiera, el G20 exigió intervención de los Estados en el sector y descorrer el velo de la banca que medraba a la sombra de los paraísos fiscales. Se dijo, además, que el intento de erradicar el narcotráfico despenalizándolo no prosperaría si no se caía sobre la meca de su producido, los paraísos fiscales. Que en este caso, la neutralidad, el silencio o el desprecio por el origen de los fondos allegados configuraban complicidad con el crimen. Y es que gran parte de ellos son lavado de dinero del narcotráfico. El Fondo Monetario Internacional calcula en 350 mil millones de dólares al año el monto de la lavatija en los 17 santuarios más reputados por su verticalidad en la preservación del secreto bancario.
Indicio de que muchos capitales colombianos se habrían fugado hacia allá sería la respuesta atronadora que en 1992 se le dio a la amnistía patrimonial y tributaria que el gobierno de Gaviria ofreció por repatriación de bienes ocultos. Millones llegaron de Panamá, de Islas Caimán y las Bahamas. Pero estrategias de industrialización no había ya, o eran precarias. Ni las hubo más. A qué tener el dinero aquí, se preguntarán industriales que derivaron en importadores y, tantos, en rentistas o en especuladores. Mientras tanto, Santos anuncia un plan de choque para “motivar” a los empresarios a crear empleo. Medidas para reorientar el destino de las regalías regionales. Y, tal vez, revisar las exenciones y gabelas que en estos años se les concedieron a grandes empresarios. Enhorabuena. Pero si de conjurar la pobreza y la desigualdad se trata, una mirada más abarcadora se impone. ¿Acaso el desarrollo no requiere un plante de capital de inversión en sectores productivos que las multinacionales se ahorran? ¿Habrá recursos de colombianos en los paraísos fiscales? ¿Dónde anda la plata? Y, sobre todo, ¿habría voluntad política para revivir el IFI (Instituto de Fomento Industrial) que Eduardo Santos creó cuando en este país se pensaba en crear oportunidades de inversión?