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¿RENACE EL BIPARTIDISMO?

Por Cristina de la Torre



El divorcio entre Santos y Uribe podría adelantarse. Mas no será por puestos. Por vez primera en décadas, en la disolución de este vínculo pesarían más las ideas, los programas. Tras larga orfandad de debate ideológico, la envergadura del viraje que Santos ensaya y el principio que lo sustenta obran ahora como el elemento diferenciador. Desconciertan a los sectores más oscuros de su coalición, liderados por Uribe. Y los obliga a buscar en los viejos baúles de los abuelos hilachas de doctrina para salvar la partida con honor. Difícil. A la voz de restitución de tierras, de protección de la agricultura campesina en una revitalización del campo, grandes voces y puños se levantan contra el proyecto que, según algún columnista, “nos dejará a todos sumidos en un lodazal”. La reacción se acompaña del odio bíblico contra la mujer –el demonio- esta vez con el fin de reversar el aborto, subordinando la norma civil a la ley de Dios. Parece despabilarse el ave fénix de la controversia política que precedió a la hibernación de los partidos durante la patria boba del Frente Nacional. Y después de 1991, irrelevantes, desperdigados en una polvareda de empresas electorales, muchas financiadas por el narcotráfico. País anacrónico el nuestro, anclado en el dilema que los vecinos resolvieron hace marras y que a nosotros nos parece todavía novedad: democratización del campo y Estado laico versus latifundismo soberbio y teocracia.

Los de Santos y Uribe son talantes opuestos. Como que en el primero respira de nuevo la dignidad del cargo. Pero hay más, que es cosa de contrastes y rupturas. Aparte de lo dicho sobre víctimas y tierras, rescatar a Colombia de su aislamiento en Suramérica; prodigar respeto a las Cortes; negar la imposición de un fiscal amigo del ex presidente cuando se avecina el juicio de sus coequiperos; empezar a desmontar los regalos tributarios que aquel les hizo a los más ricos. Y ahora, una carga de dinamita que abrió honda grieta en esa alianza: la descalificación del Estado colombiano por Uribe quien, por salvar el pellejo, trocó en perseguidos de la justicia a los ejecutores de una conspiración de Estado urdida desde la entraña misma de su Gobierno. El asilo de la ex directora del DAS, promovido por Uribe, repetía el recurso aplicado con la extradición de los jefes paramilitares: desterrar la verdad.

Para El Espectador (23-11), las medidas de Santos traducen una línea más roja que azul; mientras el Partido Liberal y Cambio Radical proponen cambios programáticos, el Conservatismo y la U se limitan a resistirlos. Dos facciones de la Unidad Nacional, donde la confrontación de ideas reclama espacio. Enhorabuena. Sería el renacer de los partidos, sin los cuales la democracia es un chiste. Bienvenida la petición de parlamentarios conservadores al director de su partido para convocar un congreso ideológico que le dé a esa colectividad norte y programa; que la redima de su papel puramente contestatario.

Si la recomposición de fuerzas en la Unidad Nacional cobra vuelo ideológico, evocará, por analogía, al viejo bipartidismo. Pero será, en realidad, confluencia de las derechas liberal y conservadora alrededor del uribismo duro, por un lado; y, por el otro, convergencia del reformismo de origen liberal y conservador, en torno a Santos. Nótese que es el conservador Juan Camilo Restrepo quien apadrina los proyectos estelares de este Gobierno. No faltarán aquí liberales de la U que prefieran acompañar al príncipe en funciones. Si hay divorcio, podrían a la larga decantarse estos dos bloques en partidos, y volver a configurar un bipartidismo. Sería un avance. Pero insuficiente, si de democracia pluralista se trata. Faltaría, a gritos, la izquierda democrática que amenaza desaparecer, tras la puñalada letal que la corrupción del Gobierno de Bogotá le asestó al Polo.

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