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REGIONES PARA QUÉ

Por Cristina de la Torre



Entre la recentralización que desfiguró la divisa autonómica de 1991 y la glotonería de políticos que en provincia agitan regionalismos de campanario sólo para seguir engulléndose las regalías, se cuelan propuestas estratégicas de regionalización que el gobierno haría bien en escuchar. Porque desbordan los linderos de parroquia, para otear las regiones desde propósitos nacionales que recuperan la idea del desarrollo. Se ventilaron ellas en concurrido foro que sobre el tema organizó, entre otros, la revista Semana. El ex ministro Antonio Hernández adjudica el desamparo de medio país a políticas generales que acentúan la pobreza y la desigualdad, taras que las regiones rezagadas sufren doblemente: los desequilibrios entre regiones redundan en inequidad, y ésta, en pobreza. De donde el objeto de la regionalización será combatir el hambre y la desigualdad, no sólo entre los colombianos, sino entre regiones. Y no será liberando las fuerzas del mercado, que ha probado su ineptitud en la materia. Ni trocando la equidad en asistencialismo. Ese valor ético e instrumento del desarrollo no podrá contentarse con mitigar las penurias de la gente o convertirse en medio para pescar votos.


Resultado de la corrupción política y del debilitamiento de las instituciones, Colombia apenas crece y es marcadamente desigual. Hoy ocupa el cuarto lugar en desigualdad en el planeta y es campeón del desempleo en América Latina. El fenómeno se siente más en las regiones. En 2005, 78.5% de los chocoanos eran pobres y 48.7%, indigentes. Este último rubro apenas alcanzaba en Bogotá el 4.5%. La región Caribe presenta índices de necesidades básicas insatisfechas por debajo del promedio nacional. A pesar de que acapara el grueso de las regalías, diríamos aquí; gran parte de las cuales se embolsillan funcionarios, políticos y gamonales armados y desarmados. Mientras tanto, la economía crea poco empleo o ninguno, pues al proceso de desindustrialización se suman la minería y la ganadería extensiva, tan avaras en fuerza de trabajo.


La perspectiva de región Caribe se cifraría, dice Hernández, en ganar la autonomía necesaria para planear y promover su desarrollo. Se traduciría en un Plan Decenal de Desarrollo Regional y en acciones coordinadas con el gobierno central para mejor aprovechar los beneficios de la inversión en la región. Se guiaría la competitividad desarrollando una estrategia de encadenamientos productivos, con miras al consumo interno y a los mercados externos.


En esa perspectiva, el Caribe y el Pacífico bien podrían derivar en polos de desarrollo de amplias regiones bendecidas por el beso de dos océanos. Su vocación sería primordialmente industrial. Casi todas las industrias del mundo se localizan en sus costas marítimas, pues al minimizar costos de transporte, dinamizan la importación de insumos y sus exportaciones ganan en competitividad. Colombia afirmó su centro político y financiero en Bogotá. Pero eso no autoriza la ridiculez de querer convertirla en “ciudad globalizada”. El futuro industrial es ya. Está en las costas. Y en las zonas aledañas que suministren piezas, partes y servicios a esos conglomerados industriales. El efecto irradiaría como multiplicación del consumo de alimentos y vivienda, ahora costeables porque habría salarios decentes; y el Estado captaría más impuestos para atender el gasto social. Además, se potenciarían puertos, vías de comunicación, tecnología, servicios y mano de obra calificada. Otras regiones encontrarían su vocación en el turismo, en producción agropecuaria, en pequeña y mediana industria de bienes de consumo final.


Muchos empresarios de la Costa empiezan a distanciarse de quienes buscan una “región autónoma a la caza de regalías”. Prefieren convertirla en una de las dos regiones industrialmente estratégicas del país. ¿Un sueño? No. Un plan de lucha.

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