LA GUERRA INÚTIL
Cristina de la Torre
La paz con las FARC parece más esquiva que nunca. Desaparecido ‘Cano’, el último jefe capaz de preservarles algún aliento ideológico y de mantener la línea de mando unificado, esta guerrilla podría fragmentarse en bandas entregadas al narcotráfico. Negocio que derivó en factor determinante del conflicto: la lucha por la tierra, bandera histórica de las FARC, perdió protagonismo frente a la puja por el control del territorio y sus corredores de comercialización de la droga. De modo que la paz pende ahora de la eliminación del tráfico maldito, vale decir, de la despenalización de la droga. En crisis de liderazgo que no hace sino acentuar su derrota estratégica, poco jugo se encontrará en guerrilleros que andan en la guerra por la paga y el negocio, y no por mística revolucionaria. ¿A cambio de qué, comparable a las millonadas del narcotráfico, puede ventilarse una negociación de paz?
Y no es que falte voluntad política; es que las circunstancias han cambiado. Verdad es que Santos debutó en su Gobierno con una ambiciosa política de restitución de tierras que él proclama como presupuesto de paz. Con ella mordía en la vieja reivindicación campesina por la tierra que Tirofijo agitó como guerrillero liberal y encarnó después como insurgente comunista. Mordía en la solución de continuidad entre movimiento agrario y lucha armada que nuestra historia ofrece desde el sabotaje a la reforma agraria de 1936. ‘Alfonso Cano’ declaró entonces que la iniciativa del Presidente marchaba en la ruta de la reconciliación. Un año después, el 20 de julio pasado, Santos ratificaba que su Gobierno no sólo hablaba de paz, sino que estaba “construyendo las condiciones para la paz”. A lo que ‘Cano’ respondió en video dirigido a un Encuentro de Barrancabermeja que “el diálogo es la ruta”.
Pero desde los años 80 la tierra empezó a trocarse en factor de guerra. No se la buscaba ya apenas como medio de vida de campesinos enfrentados a terratenientes. Para protegerse de la guerrilla, muchos ganaderos, hacendados y narcotraficantes se armaron en autodefensas. Entraba en su apogeo el mercado negro de la droga. Ahora los contendientes perseguían el control militar del territorio y de la población, y aseguraban así la logística del negocio de narcóticos. El conflicto armado había tomado un rumbo nuevo: saltaba de la lucha por la tierra “para quien la trabaja” a la disputa del territorio entre ejércitos ilegales financiados por el narcotráfico. Dura realidad que no podrá enderezarse con la sola restitución de tierras a las víctimas. Si paz se quiere, habrá que desmontar el narcotráfico, que es el combustible de la guerra. Propósito mayúsculo que rompe nuestras fronteras patrias y debería incorporarse a la diplomacia de Colombia en todos los foros internacionales. Empezando por sumarse a la exigencia de intervenir los paraísos fiscales, meca del sistema financiero internacional que capta por narcotráfico cada año 350 mil millones de dólares, según cálculos conservadores del FMI. Se comprenderá por qué de allí viene la más ruda oposición a la despenalización de la droga.
He aquí la carta de un lector llamado ‘Otty’ a La Silla Vacía: “Esto que está ocurriendo no es una guerra, es una trágica tontería. No creo que haya nadie en las FARC con la grandeza de asumir la derrota y dirigir y negociar la capitulación. No creo que haya nadie en el Estado con la grandeza de asumir que el problema de la violencia en Colombia es la formidable economía marginal, cuyo mayor componente es el narcotráfico. Las FARC son una parte más bien residual de (aquella)”. Residual en el conjunto, sí, pero el narcotráfico nutre casi por entero a esta guerrilla. Mientras siga vivo, seguirá la guerra. Como siguió con las autodefensas “desmovilizadas” que reencarnaron en bacrim, hoy aliadas de frentes enteros de las FARC.