IZQUIERDA EN JAQUE
Cristina de la Torre
Se veía venir. En mezcla explosiva de revanchismo (en unos) y fidelidad a su entraña de derechas (en casi todos), se sublevó el Concejo de Bogotá contra el alcalde Petro. Engolando la voz, el pecho henchido, despacharon los concejales con un leve movimiento de meñique la invitación del burgomaestre a cogobernar, programa y rendición de cuentas de por medio. ¡”Clientelismo”!, apostrofaron, y se negaron a participar en práctica tan ominosa. No mencionaron, claro, los fines de la coalición propuesta: erradicar la corrupción, moderar la discriminación social en la capital, defender el medio ambiente. Otras son sus ideas, tejidas para una Colombia cerrada, inmóvil y a menudo complacientes con la venalidad. Tampoco se quejaron –como lo hicieron algunos en privado- porque les hubieran ofrecido cargos de segunda (Semana, 2-5). (¿No se conformaban con chichiguas, querían clientelismo en forma?). Ni se mosquearon con el contraste entre ésta su dignidad de última hora y el prontuario que la mitad de ellos capotea ante la Fiscalía, por denuncias del propio Petro sobre la monumental defraudación de la ciudad. Y como presidente del Cabildo designaron a Darío Cepeda, investigado por presuntos nexos con el cartel de la salud. La U, líder de la derecha, promovió esta proyección de la Unidad Nacional en unidad distrital contra la nueva Administración. La misma coalición que fuera aliada de Samuel Moreno, hoy tras las rejas.
Víctima del maniqueísmo, se queda Petro con el pecado y sin el género. Pero recoge el guante. Ratifica su recurso al pueblo en cabildos abiertos donde la gente discuta y escoja entre proyectos del Gobierno distrital que obedezcan a criterios de desarrollo e inclusión social. Difícil le quedará al Concejo desconocer asignaciones del presupuesto adoptadas de consuno con la gente. Agualongo, comentarista de este espacio, apunta que si los partidos cobran por ventanilla la valentía de Petro al denunciar la corrupción, hay que acudir a la base, pues los problemas de Bogotá demandan solución colectiva. Dos peligros ofrece, con todo, este tipo de consulta popular. Primero, si la Alcaldía coopta los escenarios de participación popular, los deslegitima, pues aliena la vocería de otros igualmente interesados en ganancias de ciudad. Segundo, la consulta en montonera, sin organizaciones sociales que les den a las decisiones cauce y representatividad, puede derivar en populismo; en simple medio de figuración del gobernante que así quiera robustecer su imagen y ganar votos. Riesgo inminente en una ciudad como Bogotá, 95% de cuyos habitantes declara no pertenecer a asociación cívica alguna. El modelo de Porto Alegre, Brasil, que se ha extendido a 70 ciudades y al parecer inspira la iniciativa de los cabildos abiertos, se edificó sobre larga experiencia de resistencia popular a la dictadura; y sobre centenares de organizaciones y movimientos de masas que en Colombia no existen. Desafío mayúsculo: acudir al pueblo sin caer en un populismo empalagoso y disolvente como el del uribato.
No será Petro el primero en buscar respaldo del pueblo a sus políticas. Ya Carlos Lleras, bandera agraria en mano, había exclamado: “Se hará el cambio social, pase lo que pase. Saldré a buscar a las masas y veremos al fin quién gana”. Hoy cuenta Petro con 70% de apoyo. Mientras el Concejo no caiga en el boicot y respete la dinámica popular que se avecina, la democracia agradecerá el deslinde de ideas –y de aliados- que se perfila en la política de Bogotá. También agradecerá menos arengas del Alcalde y más disposición a medir cuanto va del discurso al acto administrativo y, de éste, a la ejecución. No basta con ser honrados; hay que saber gobernar. Para rescatar a Bogotá. Y para que a la izquierda, en jaque, no le den mate.