EL LIBERTARIO
Cristina de la Torre
En la democracia parapléjica que nos tocó en suerte, curtida en la tradición de silenciar a gritos –o a bala- la sana crítica y el libre examen, brilla El Espectador por no haber hincado la rodilla. Punto de honor para un periódico que aventuró todos los riesgos y padeció todos los golpes de un Estado confesional irreductible, violento, apenas amansado a ratos desde los tiempos de la Regeneración. Ha gobernado en él la jerarquía católica a baculazo limpio y de consuno con el poder civil. En tiempos de la hegemonía conservadora, por interpuestos Presidentes que el Cardenal Primado, Perdomo, escogía de antemano del ramillete de candidatos que la jerarquía conservadora le ofrecía. Como el periódico encarnara la oposición política, sería un político purpurado, Monseñor Builes, quien sentenciara después a grandes voces que leerlo era pecado mortal. A poco se preguntaría éste, desde el púlpito también, en misas de domingo, si matar liberales sería pecado mortal o venial. No ha mucho, los sicarios de Pablo Escobar segaron la vida de don Guillermo Cano. Dicen que, a la usanza de sus pares, la víspera del magnicidio se postraron de hinojos ante la imagen de María Auxiliadora para pedirle fuerza, puntería, tiro certero. Religiosidad equívoca que acaso eche raíces en la convivencia de tonsurados con propagandistas de la acción intrépida y el atentado personal, en épocas de la Violencia. Y ahora, entrado el nuevo milenio, no fue el Presidente el interpuesto sino el Padre Marianito quien rodeó de hálito divino al Primer Mandatario, hizo de su gobierno imitación de la teocracia de Núñez, restableció la cátedra obligatoria de religión en los colegios y trocó en guerra santa el enfrentamiento con la subversión y con la oposición legal. Secuela de este ensayo, un procurador que no despacha con los códigos sino con la Biblia.
Había dicho el regenerador de 1886 que las repúblicas deben ser autoritarias, so pena de aniquilarse. Y entronizó la paz armada. Otra cosa pensaba don Fidel Cano Gutiérrez quien, pese al asedio del régimen, esgrimió contra él “la paz como táctica, las plumas como armas únicas (…). ¿Guerra quieren? Pues la tendrán; pero no tal como la desean sino tal como nos han dejado conocer que la temen: tendrán la guerra de la paz…” Ante la ley de los Caballos que facultaba al gobierno para perseguir opositores, ordenar destierros, arrebatar los derechos políticos y amordazar la prensa, don Fidel instó a “rendir culto a las grandes ideas proscritas hoy por el odio, por la apostasía o por la debilidad”. A la educación católica que el gobierno impuso y su disposición a reprimir con guante de hierro a quien “propague ideas contrarias al dogma católico y al respeto y veneración debidos a la Iglesia”, el director de El Espectador respondió en defensa de la libertad de pensamiento. Abogó por la escuela amplia y generosa; al maestro que dogmatiza, opuso el maestro que respeta la conciencia de sus discípulos y la suya propia.
Pero la educación confesional era sólo uno de los látigos de la dictadura clerical que los gobiernos conservadores prolongaron hasta 1930. Gustavo Samper relata los atropellos electorales que tenían lugar. En sus giras políticas, el Obispo Crespo de Medellín negaba la absolución a los liberales que no renegaran de sus ideas políticas. Y en Manizales, el padre Márquez “pronunció un encendido sermón contra la memoria de don Fidel Cano”. Después vendría la Violencia, con sus 300 mil muertos.
El Espectador ha sobrevivido a cierres, multas, encarcelamientos, excomuniones, saqueos, censuras, asesinatos, bombardeos, bloqueos financieros. Pero mantiene en alto la bandera de la libertad. Sabe cuánto pesa la conciencia crítica en una sociedad domesticada. Pura valentía, no es estridente ni libertino. Es libertario.