IZQUIERDA: CRISIS DE IDENTIDAD
Cristina de la Torre
Dos hechos trascendentales invitan a imaginar una coalición de centro-izquierda e izquierda democrática en Colombia: La expulsión del Partido Comunista por el Polo, y el nacimiento del movimiento ciudadano “Pedimos la palabra” como genuina propuesta de tercera vía. Con lo primero, se libera la izquierda de ambigüedades frente a la insurgencia, de la táctica nefasta que mezcla lucha armada con elecciones y con movimiento popular. Combinación de formas de lucha que contribuyó a la destrucción del movimiento campesino organizado en Anuc en los años 70; y, en los 80, facilitó el exterminio de la UP: 5.000 muertos. Además, vence el chantaje con que el machismo de las guerrillas embozaló por medio siglo a la izquierda legal en este país. Y se guarece de la violencia indiscriminada de la mano negra, legitimada por la obsesión militarista de las Farc. Por su parte, la flor de la socialdemocracia se emancipa de la disyuntiva Uribe-Santos, anuncia acción enérgica para erigirse en alternativa de poder y expande el campo de alianzas posibles en el espectro de la democracia radical. Si las encuestas vaticinaban hace un mes 28% de intención de voto para la izquierda en 2014, con esta redefinición de fuerzas cabrían sorpresas mayores.
Tras el sablazo del Polo, presentado como castigo a la doble militancia del PC -que se ha integrado a la Marcha Patriótica- yacería el temor de que ésta terminara por tomarse la dirección del partido e impusiera candidatos a elecciones, cuando no parecen claras sus relaciones con las Farc. Aprehensión que el propio Carlos Gaviria expresó a Semana.com (8,10). Y no andaría descaminado, si se sigue la columna de Luis Sandoval en El Espectador (8,11). Defiende este dirigente del Polo al PC, y agrega: “Hay que comprender las ambigüedades de la transición. Cuando todavía no está en firme la decisión de abandonar las armas, no puede estar totalmente claro cómo se hace política. (Hay que entender la lucha embrionaria por la paz) en las indecisiones de los actores armados que saben que la guerra no va más pero no saben cómo bajarse de ella”. Es que hay indecisiones y transiciones que matan. No puede ya cohonestarse el vicio recurrente de mezclar lo legal con lo ilegal, porque el riesgo de muerte recae sobre pacifistas desarmados que terminan como carne de cañón de la guerrilla en una guerra cuyo final no se vislumbra aun. Abundan en nuestra historia reciente ejemplos que lo demuestran.
El nuevo movimiento de políticos e intelectuales reivindica el sentido público, ético y representativo de la política. Se propone enfrentar la corrupción y la captura criminal del Estado. Declara como su mayor aspiración la paz de Colombia, fundada en la política “al servicio del ciudadano, de la equidad, de la justicia y la inclusión”. Propone un modelo económico que garantice igualdad real. José Antonio Ocampo -uno de sus más señalados voceros- indica que reducir la desigualdad implica incorporar objetivos sociales en la política económica, e introducir estrategias de industrialización y de desarrollo en el campo. Con otras figuras de prestigio nacional como Antonio Navarro, político de ideas y de acción, no será tal iniciativa flor de un día.
Si a este embrión de movimiento se le sumaran la indignación de la ciudadanía, la depuración del Polo, la disposición de Progresistas, Verdes y liberales de izquierda a integrar una alianza con vocación de triunfo y un programa de reformas capaz de dignificar la vida de los colombianos, la mira puesta en la paz, tal vez el país conociera en breve días mejores. La izquierda habría resuelto por fin esta su crisis de identidad en favor del país y de la democracia.