AMOR ETERNO
Cristina de la Torre
El símbolo evoca el cinturón de castidad con que los cruzados forzaban la fidelidad de sus mujeres mientras ellos marchaban a la guerra. En Europa el fenómeno es ya epidemia: miles de amantes sellan con un candado juramento de amor eterno y arrojan la llave al río. La férrea enseña de pasión sobre los puentes de Londres, de Florencia, de París sugiere búsqueda de lazo hasta la muerte cuando el modelo de pareja consagrado en Occidente eclosiona en mil variantes, ninguna de las cuales puede reclamarse la única legítima. Paradoja. Hambrientos de libertad, hombres y mujeres rompen tradiciones y cadenas pero anhelan al mismo tiempo vínculos de afecto duraderos. Manes de tiempos idos, cuando la modernidad sacrificó la cálida (y opresiva) seguridad que la aldea brindaba al individuo y éste debió enfrentar los desafíos de su emancipación.
Se aproxima el escritor Sygmunt Bauman al “hombre sin vínculos” de nuestros días que, en lugar de atarse a otro, se conecta fugazmente cada vez. A la manera de la red virtual. Cosa de mercado que se adquiere y se desecha al punto, el miembro de pareja o de grupo se siente descartable, en peligro siempre de abandono. Y busca compensar su incertidumbre en el término opuesto de la ecuación. El contraste conjuga “los placeres de la unión y los horrores del encierro”, pues en las relaciones de pareja cohabitan el sueño idílico y la pesadilla.
Pero esta disyuntiva despótica entre esclavitud y vanalidad, flaquea. Para escándalo de hombres como nuestro ululante procurador Ordóñez y sus adláteres, ha terminado por abrirse el abanico de posibilidades. Más humano, éste responde a la pluralidad de las sociedades complejas, de mente abierta, en que vivimos hoy. Abarca lo mismo el matrimonio monogámico heterosexual que el de parejas del mismo sexo; las relaciones que no duran; o la fórmula de la relación abierta que tantos consideran revolucionaria porque liquida “la asfixiante burbuja de la pareja” y el compromiso de largo plazo que empeña la libertad. Muchos confirmaron que la ausencia de escrituras y papeles y presiones puede dar más estabilidad al amor, porque aquí éste se afirma sobre la libertad y la igualdad de géneros. Otros, más numerosos cada día, disfrutan una relación monogámica, monoamorosa, heterosexual, sin hijos ni convivencia ni sociedad económica conyugal; sin coacción de notarios y tonsurados. En suma, multitud de parejas han derribado las barreras de la monogamia y la heterosexualidad. La ruptura es de género y de número: el espectro variopinto acoge lo mismo el enlace homosexual que el poliamor. Diversidad en todo, que ha adquirido legitimidad, visibilidad y voz.
Conforme entra en crisis el modelo de familia patriarcal, cambia y se diversifica el arquetipo de pareja monogámica. Y se despabilan con más franqueza los variadísimos tipos de familia que doña Virginia Gutiérrez identificó en obra insuperable sobre esta institución en Colombia. Empezando por la familia extensa de nuestras Costas o el amancebamiento, rudamente descalificados por curas y pastores. Demostrado está que amor, comprensión y madurez caben en cualquier arquetipo de familia. Cuál o cuáles fórmulas se consideren “eficaces” dependerá del valor que se persiga: preservación del no siempre respetable orden social, o del derecho a la libre elección de cada cual. El matrimonio convencional niega la igualdad de género y, candado sellado, asfixia. En el lanzamiento de la Franja de Análisis del Canal Capital (todos los días, 8:30pm), le pregunta el reportero a una transeúnte si comparte la prohibición del matrimonio gay. -Claro que sí-, responde ella; -es que deberían prohibir ese, y todos los tipos de matrimonio.