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Ilva Myriam Hoyos:

Cristina de la Torre


Siendo ella misma fémina, encarna para muchos sin embargo la venganza bíblica contra la mujer; para otros –reducto beligerante de católicos- personifica a Juana de Arco en cruzada heroica contra el aborto. Práctica que su fe eleva a epítome de la depravación femenina, aunque lleve la venia de los jueces y ella diga respetarlos. Ilva Myriam Hoyos se multiplica como procuradora delegada para infancia, adolescencia, familia y mujer; mas consagra casi todas sus horas a obstaculizar el aborto terapéutico que la Corte autorizó, pues le niega su carácter de derecho. Una idea fija parece poseerla: el derecho a la vida del feto prevalece sobre el de la madre. “Hay que armonizar ambos derechos”, corrige. Pero en la disyuntiva suprema, la sentencia de muerte recae sobre la mujer.

Doctor cum laude en filosofía del derecho de la universidad de Navarra y decana de Derecho en la universidad de La Sabana, centros académicos del Opus Dei, Hoyos es reciedumbre y rigor metidos en una figura tan frágil como la del angelito de porcelana que preside la inmensidad de su escritorio. “Soy muy estricta conmigo misma, he estudiado toda mi vida”, declara para sellar una alusión a su casa poblada de libros de jurisprudencia. Y sonríe, casi feliz, sin pizca de vanidad. Padres y sobrinos llenan el espacio de sus afectos.

Alma de misa diaria, esta mujer –breve de estatura, prolija de palabra, indoblegable- no vaciló en urdir el naufragio de la Clínica de la Mujer en Medellín. Vislumbró un centro “abortista”. Su intervención alentó levantamiento de la curia y del ultraconservadurismo antioqueño que, con aplauso de la Procuraduría, redundó en campaña para derogar la norma que autoriza el aborto en tres casos de excepción. Aunque la nuestra es Constitución de un Estado laico, quiere contravenírsela por razones religiosas y desde la instancia misma llamada a defender el orden jurídico. No ha mucho, la Corte la conminó a rectificar declaraciones suyas que se entendieron enderezadas a boicotear la información sobre derechos sexuales y reproductivos. “Fueron días muy duros”, confiesa. Pero algo de razón le asiste, por incuria en la instrucción que algunos imparten sobre la materia. El Estado debe tomar cartas en el asunto –puntualiza- pero la sociedad también.

Difícil adivinar qué fuerza misteriosa arrastra a esta mujer al sacrificio de sus congéneres. ¿Acaso la mística, siempre pródiga en llenar vacíos? ¿Flagelo en la otra orilla de las mismas espinas que atormentan a la mujer que aborta: soledad, tristeza, miedo?

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