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EDUCACIÓN CASTRADORA

Cristina de la Torre



Tan imaginativos los estudiantes abrazando policías en sus nutridas manifestaciones de 2011, hoy se quedan cortos en su anteproyecto de reforma a la educación superior. Sólo atacan una de las dos causas de nuestro apartheid educativo: la cobertura, mas no la calidad. Reivindican gratuidad y financiación generosa del Estado a la universidad pública, con lo que se ensancharía la avenida de acceso a las aulas para los más pobres; pero nada dicen de la manera de enseñar, obsesionada en inyectar mares de datos inconexos, inútiles a la hora de identificar y resolver problemas, e inclinada a castrar la pasión creadora del muchacho.


Tal libertad parece alarmar a los maestros, que porfían en recriminar el espíritu crítico del estudiante, en enjaular su imaginación. Salvo en planteles privados exclusivos que ya incorporan elementos de una revolución pedagógica que irrumpe contra ortodoxias que sitúan a Colombia en los peores rangos de calidad de la educación en el mundo. Sabrán los líderes estudiantiles que ampliar la cobertura es apenas parte de la solución. La otra remite a la urgencia de formar ciudadanos capaces de responder con orgullo de sí mismos, de diseñar el desarrollo de su país, de inventar maneras de salvar el planeta. Y esto no se logra sino derribando la educación castradora que prevalece en Colombia. Pugnando porque nuestros jóvenes aprendan a aprender. Con fundamento en las ciencias, en las humanidades, en las artes pero, sobre todo, en su imaginación. Que aprendan a leer, a escribir, a observar, a pensar, a crear, a volar. A formular preguntas en vez de atesorar respuestas políticamente correctas. Entonces un mayor acceso a la universidad no significará simplemente democratización de la mediocridad, sino oportunidad para desarrollar una inteligencia activa y crítica.


En su libro Crear Innovadores (Editorial Norma), el norteamericano Tony Wagner propone revolucionar la educación: desarrollar el potencial creador del estudiante, la pasión y la intuición, el fuego de su imaginación. El nuevo método de enseñanza sacrifica el conocimiento petrificado a la insolente curiosidad del pupilo. Que es la misma del niño, cuya capacidad de asombro le permite lo mismo descubrir el mundo que reconfigurarlo a su manera, jugando. Convertida su pasión en un propósito, esta generación responderá a problemas nuevos, los del siglo XXI, trátese de salvar el planeta, de buscar vida sana o de reorientar una economía que esclaviza en el ideal utilitario y ahonda las desigualdades. Extravagancia, juego, trabajo en equipo, riesgo, empoderamiento de sí mismo y capacidad para enfrentar fracasos serán necesarios para inventar soluciones con los mínimos recursos. Es la hora de los iconoclastas creativos. Es hora de zamarrear la manera de educar.


Más conocido en el mundo que en su país, el científico colombiano Raúl Cuero fundó en Colombia centros de investigación científica para adolescentes que, con aquella filosofía, arrojan ya inventos en tren de patentarse en Estados Unidos. Como un sensor para detectar petróleo con un gramo de suelo y otro para detectar diabetes a temprana edad. Están produciendo la molécula de proteína del Alzheimer para ver de controlarla. Él mismo ha patentado más de 20 inventos y acumula galardones como el de mejor exalumno en toda la historia de la Universidad de Heildelberg. Cuero exalta la invención, que es creación de cosas nuevas, y sus presupuestos: cultivar el pensamiento universal y un sano eclecticismo; sentirse útil, más que importante, y saber que la creación deriva de la práctica. Vuelvan los estudiantes sus ojos hacia hombres como éste, promesa luminosa de que un día la educación no nos impida aprender.

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