ISAGÉN: FERIANDO LA JOYA DE LA CORONA
Cristina de la Torre
El paro agrario y la decisión de privatizar Isagén remiten a la pepa del modelo que burla el desarrollo y sacrifica el bien común a la gula del capital privado. Mientras el mundo entero lo censura, en Colombia se le rinde todavía pleitesía al paradigma del mercado que, aplicado a rajatabla por todos los gobiernos desde César Gaviria, ha desindustrializado el país, quebró el campo y acentuó la desigualdad. A la obsesión de apertura comercial sumó la de privatizar las funciones del Estado y sus empresas. Contra la primera irrumpe hoy la protesta del agro que languidece bajo importaciones de alimentos de producción nacional y que, con TLC, arrasarán. Y el gringo ahí. Y nuestros gobernantes ahí, rodilla en tierra, como avergonzados de existir. Ya se oyen también voces contra la privatización de Isagén que los tres últimos gobiernos intentaron en vano. Uribe debió aceptar esa derrota y, además, conformarse con la venta de sólo el 10% de Ecopetrol, la otra joya de la corona. De la misma escuela, el ministro Cárdenas se propone ahora entregar a particulares Isagén, empresa estratégica del Estado, ejemplo de eficiencia, rentabilidad y beneficio social.
En el espíritu de quienes convirtieron en negocio la salud y los servicios públicos, argumenta Cárdenas que el Gobierno debe ser un buen regulador de Isagén pero no su dueño. Para comenzar, traslada de un plumazo a los agraciados compradores las utilidades de esta empresa que el año pasado alcanzaron 460 mil millones y para el entrante superarían el billón. El pretexto, fortalecer la inversión en carreteras, dizque cambiar un activo por otro. Simplismo que pretende ocultar el sol con un dedo, pues apunta a feriar la infraestructura eléctrica, activo valiosísimo y que en cualquier democracia dice de la seguridad misma de la nación. ¿Por qué vender un bien público esencial para construir vías que bien pudieran financiarse con otros recursos? Fuentes alternas podrían ser las propias utilidades de Isagén, o mayores impuestos a la gran minería que paga chichiguas, o cobrarles a los ricos impuestos sobre dividendos, o neutralizar la corrupción que se engulle diez billones cada año, o destinar cifra parecida de un gasto militar reducido en el posconflicto. O todas a una.
Recuerda Diego Otero en Razón Pública que fue el Estado y no el sector privado el que llevó electricidad a todo el país y a sus sectores productivos, el que construyó las grandes hidroeléctricas y el sistema de interconexión eléctrica. Era la estrella de América Latina. Mas en 1990 abrió sus fauces la privatización y con ella se dispararon las tarifas de electricidad. Nuestras industrias pequeñas y medianas pagan el doble que en Estados Unidos. ¿Cómo competir con estos costos si, encima, se le entrega el mercado al extranjero? Abunda Otero en razones para no privatizar Isagén: porque ella amortigua el golpe de los precios que un puñado de empresas privadas quiere imponer. Porque invierte en proyectos regionales con un sentido de desarrollo del que carece la empresa privada, siempre condicionada por la rentabilidad individual, no por la social. Porque el sector privado, cortoplacista, no invierte en proyectos ambiciosos que rentan en el largo plazo.
Otro caso aleccionador, las EPM. Segunda mayor empresa de Colombia y propiedad de Medellín, no se dejó privatizar y mantuvo la confianza de la sociedad en lo público. A nadie se le ha ocurrido venderla para abrir vías. Si éstas no se construyen no es por falta de recursos: es porque se los roban y por ineficiencia. Santos ha exhibido audacias mayores por las víctimas y por acabar la guerra. Pero porfiar en este modelo económico sería conspirar contra la paz.