EL PAPA EN SU PRUEBA DE FUEGO
Cristina de la Torre
Queda en entredicho la canonización de Juan Pablo II; y en peligro, la imagen de renovador que con tanta habilidad y paciencia se ha forjado Francisco. El emplazamiento de la ONU a la Iglesia para que entregue a la justicia civil a todos los curas pedófilos y a sus purpurados encubridores, coloca al papa en una encrucijada dramática. En la contundencia sin antecedentes del organismo internacional contra la iglesia de Roma y el torrente de víctimas que exigen justicia, tendrá el pontífice que encarar este delito infame que la Iglesia cohonestó siempre por inacción o por desgana. Y romper su código de silencio.
No resultará fácil, para comenzar, la elevación de Wojtyla a los altares, habiendo protegido como protegió a Marcial Marciel, el emblemático abusador de niños, sus propios hijos comprendidos, y fundador de los Legionarios de Cristo. Hoy pretenden los nuevos jefes de la orden borrar todo delito con un acto de contrición impostada, sin comparecer en los tribunales y echándole a Maciel toda el agua sucia. Nadie de su círculo íntimo parece libre de culpa. 30 legionarios denunciados por abuso sexual siguen, no obstante, en la organización. Pero a ellos “ni los tocan”, apunta el investigador Fernando González. Que Robles, el nuevo director, perteneciera a aquella rosca, no inhibió a Francisco para darle de nuevo luz verde a la orden.
Se defiende el Vaticano diciendo haber creado una comisión contra la pederastia. Pero Sue Cox la tiene por maniobra de distracción porque los tonsurados “no pueden vigilarse a sí mismos… el Vaticano ha de ser monitoreado por un organismo independiente y secular”. Y señalar a los obispos que protegieron curas pedófilos. Miles de víctimas exigen abordar el caso como crimen de Estado y que el Vaticano sea juzgado por Naciones Unidas. Entre muchos, el ex sacerdote Alberto Athie pide detener la ceremonia de santificación de Juan Pablo II, hasta cuando las autoridades judiciales establezcan el grado de complicidad con los abusos de su amigo Maciel.
El lazo es político de origen, y financiero. Se remonta a los tiempos del sindicato Solidaridad que, al lado del papa Wojtyla, dio en tierra con la dictadura comunista en Polonia. A lo cual contribuyeron en grande los fondos de Maciel. Bajo el ala del nuevo pontífice, su orden creció como la espuma. En reciprocidad, Maciel logró que el gobierno de México invitara al papa a su país, y desde entonces cayó en desgracia también la Teología de la Liberación. Como era secreto a voces y escándalo en la prensa mundial, Juan Pablo conocía las denuncias por pedofilia contra Maciel. Pero nada vio, nada oyó, ni movió un dedo. Antes bien, alabó la “fecundidad espiritual y misionera” de su amigo. Cuando en 1999 el obispo mexicano Talavera inquirió ante el entonces cardenal Ratzinger por este caso de abuso sexual, éste le respondió: “No podemos abrir el caso del padre Maciel porque es una persona muy querida del Santo Padre y ha ayudado mucho a la Iglesia…” En 2011 fue demandado Ratzinger ante la Corte Penal Internacional por “encubrir miles de delitos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia” (El Espectador II, 6).
Más exigente que ostentar vuelta al Nazareno será la decisión que Francisco adopte en el trance que la ONU le presenta. Si ya el compromiso con los pobres supondría un timonazo en doctrina y en acción, éste de la pedofilia será un reto mayúsculo: o repite la mascarada de sus predecesores -promesas vacías de apretar a los abusadores- o produce una ruptura mandando a la cárcel a la jerarquía responsable. Y aplaza la canonización de un papa cuya flacidez moral supera con creces la sospecha. Será ésta su verdadera prueba de fuego.