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POLO-UP: PUJA EN LA UNIDAD

Cristina de la Torre



Feriaron su cuarto de hora: ciegos de vanidad, perorando catecismos, fascinados en la contemplación del propio ombligo, líderes de la izquierda malograron en un santiamén su convergencia en una tercería que pintaba, aún, para presidencia. Le cedieron todo el espacio al impredecible Peñalosa, que se alzó con dos millones de votos en la consulta verde y emulará en segunda vuelta al mismísimo Santos. Tras la debacle electoral de la izquierda, a desgana de Robledo y de Carlos Gaviria, formalizó la dirección del Polo coalición con la UP. Pero es una alianza tardía, como de consolación, entre ortodoxias irreductibles, cuando todas las circunstancias parecieron favorecer la integración de un frente amplio, no resignado a la oposición sin esperanza sino con vocación de poder. Por supuesto, a Clara López le sobran credenciales para aspirar a la primera magistratura. Y Aída Avella, coequipera, es heroína sobreviviente al exterminio de su partido, las banderas siempre en alto, aún en el exilio. Falta ver si al pacto con la UP –tan sugerente como retorno del hijo pródigo tras la expulsión de los comunistas por el Polo- se allanan en los hechos Robledo y Gaviria, pivotes ideológicos de este partido.


Dizque hubieran ellos preferido una alianza más amplia, aunque siempre condicionaron todo amago de unidad a la subordinación de los aliados al credo del Polo. Talanquera formidable, en política de alianzas Gaviria es tajante: los partidos que puedan compartir la propuesta política del Polo deberían adherírsele (El Tiempo, 3,11). A lo que Avella replica: “la construcción de un frente amplio no puede ser sólo en torno al Polo. La convocatoria no es para restarles autonomía a los demás”; y extiende el llamado a “todos los sectores progresistas del país”. Pero hablan aquí silencios interesados de parte y parte. No confiesa Gaviria que su candidato a fórmula de López, militante del Moir, fue derrotado en votación del Ejecutivo del Polo. Y Tampoco dice Avella si su liberalidad rompe los confines de la Marcha Patriótica. En fotografía de El Espectador (3,16) figuran 9 congresistas del Polo y la Alianza Verde que acuden en defensa de Petro. Pero, sobre todo, para fraguar un frente amplio democrático que apunte a las reformas del posconflicto por la paz. No aparece en ella Robledo.


En otros campos parece no haber duda. ¿Qué dirá el senador del Moir a las fervorosas invocaciones de paz de Avella, cuando aquel le profesa al proceso de La Habana desprecio comparable al de Uribe y lo sitúa, a su pesar, como aliado del Mesías con prontuario? Peca Robledo en materia grave, sólo porque la paz es iniciativa de Santos. Como pecó, acaso por idéntico motivo, cuando se opuso a dentelladas a la ley de víctimas y restitución de tierras.


El momento propicio a una tercería de la izquierda ampliada vino con el estallido campesino; con el rechazo a la arbitrariedad del procurador que catapultó, por rebote, la imagen de Petro y, con ella, una deriva electoral prometedora para la izquierda; con la posibilidad de capitalizar el descontento de medio país ajeno a la polarización Santos-Uribe. Pero la izquierda destruyó en el huevo esta oportunidad feliz. Divisionismo, indigencia propositiva, desgaste de un alcalde incapaz de rescatar su modelo de ciudad de entre las miserias de la ineptitud y la arrogancia. Por ahora, no será de izquierda la tercería. Será de Peñalosa, receptáculo de una hinchada variopinta que abarque desde brotes renacidos de ola verde, hasta conservadores y uribistas. Bloque desafecto a Santos, cuyas bases votan para presidente más libremente o inducidas por politicastros que apuntan siempre al tren de la victoria, sea rojo, azul o verde.

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