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EL EMBELECO DE LA TERCERA VÍA

Si el faro del segundo mandato de Santos va a ser la Tercera Vía –como lo fue en el primero, según el propio Presidente- se nubla el horizonte de la paz. Salvo la ley de Víctimas y Restitución de Tierras, y el proceso de La Habana, sus políticas respondieron a aquel neoliberalismo edulcorado. No se ve cómo pueda acometer con tal referente las reformas del campo y de la política esbozadas en Cuba, cuya urgencia resienten las mayorías. O revertir una reforma tributaria que redobla gabelas a los ricos. O una estrategia de integración a la economía del mundo mediante tratados que sacrifican el desarrollo propio. O un modelo de salud que, tras cuatro años de vacilaciones, sigue devorado por las EPS. Por supuesto, el encuentro de los cinco exmandatarios en Cartagena arroja dos efectos notables. El primero, rutilante, su apoyo al proceso de paz afianza el ya masivo aval de la comunidad internacional a esta iniciativa histórica. El segundo, doméstico, envía a las bases uribistas un mensaje: Santos no milita con el castro-chavismo. Pero tampoco con la versión latinoamericana de la socialdemocracia europea que en nuestra región simboliza Lula, y contra la cual apuntó, precisamente, la Tercera Vía.

Si la socialdemocracia fue solución intermedia entre comunismo y capitalismo, la Tercera Vía lo fue entre neoliberalismo puro y duro –a la Thatcher- y la izquierda socialdemócrata que instauró en la posguerra el Estado de bienestar. Resultado de la “nueva” opción: el mismo neoliberalismo, maquillado de economía mixta y reducido, en suma, a un asistencialismo que se pretendió sustituto del Estado redistributivo e igualitario. Ruido fatuo, porque la dictadura del mercado no cedió. Y ocasionó una tragedia global, con víctimas como España donde el desempleo alcanza cotas superiores a las registradas en la crisis de los años 30.

A América Latina llegó, modestísimo, el ablandamiento asistencialista hacia 1997, en previsión de un estallido gestado en la rudeza de las primeras medidas de choque. Tampoco aquí cedió la dictadura del mercado. Fueron sus secuelas desmonte del Estado promotor del desarrollo, desindustrialización y agudización de las desigualdades. Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario, pregona la Tercera Vía. La socialdemocracia estipula lo contrario: tanto Estado como sea posible, tanto mercado como resulte necesario. He allí la diferencia entre derecha e izquierda.

La socialdemocracia preconiza el intervencionismo para regular mercados, proveer bienes públicos y velar por el bienestar general. Acuerda sus metas con empresarios y trabajadores. Propende a la economía mixta o social y su divisa es el pleno empleo. Las empresas de interés público o nacional reposan en el Estado. Por su parte, el neoliberalismo desmonta el Estado de bienestar, pues asume que éste depende del crecimiento económico guiado por el mercado. Combina conservadurismo moral e individualismo con una radical libertad económica. Y amortigua el golpe con asistencialismo.

Del modelo neoliberal se hizo eco Santos por ejemplo reduciendo impuestos a los capitales especulativos y cargándole la mano a la clase media. Los empresarios dejan de pagar hoy 18 billones por parafiscales. Una puñalada a la política social. Como los TLC, la Alianza del Pacífico entrega a la contraparte todos los nichos de nuestra industria potencial.

Mal hace Santos en recitar con José Obdulio que diferencia no hay entre izquierda y derecha. ¿Acaso el personaje de marras puede caber en el mismo costal con Ángela Robledo o con Jorge E. Robledo? De persistir el Presidente en su Tercera Vía, serán la izquierda y el movimiento popular quienes se la jueguen por las reformas de posconflicto.

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